lunes, 5 de septiembre de 2011

EXISTENCIALISMO Y ESOTERISMO

Según el existencialismo, la existencia precede a la esencia. Así lo dice Sartre: "Comenzamos por existir, y luego nos definimos". O, mejor: "Somos el resultado de nuestros actos".

El hombre, en efecto, sería la totalidad - inabarcable, compleja - de una serie infinita de empresas, pasiones, fantasías, amores, etc. Y estaría - siempre si seguimos en este pensamiento - condenado a construirse, tejerse y deshilacharse, como versa la expresión futbolera, "paso a paso". Digamos, también, minuto a minuto. El hacer vertiginoso se detiene sólo en el muro de la muerte. La Parca, la infranqueable Parca, resulta el límite esencial donde quedará fijado "lo que somos, en la modalidad de lo que fuimos".

De esto, se extrae una consecuencia:

Hasta la muerte vivimos en perpetuas proyecciones, en permanente estado de arrojo, contradicción, acción, contemplación. Nuestra esencia jamás se fija. Mejor: nuestra esencia es nuestra existencia. Dinámica, abierta, nunca cerrada como la piedra y el río. Nuestra esencia se completará sólo cuando nuestra vida acabe. Cuando dejemos de ser. Con lo cual, el pobre de Sócrates se equivocaba al sugerir que nos conociéramos a nosotros mismos. Nuestro ser se nos escapa, perpetuamente. Somos extraños, ajenos, desconocidos. Si queremos la sabiduría, nos queda el limbo de la ignorancia.

    Supongamos, sin embargo, que tenemos un impulso, y pensamos: "El único ser que podremos conocer en su esencia es el de un otro muerto. Ante un muerto tenemos el mosaico de su vida acabada, sin más. Poseemos, ante nosotros, el paisaje de su existencia cerrado." Ingenuos, nos lanzamos en busca del ser de un muerto, vamos tras sus rastros, tras sus huellas, sus textos o cartas o mails.

    Descubrimos que es inútil.

Después, supongamos que morimos.

Entonces otro repite nuestro inútil trabajo, pero nos busca a nosotros mismos (en nuestras huellas, textos o cartas o mails). Supongamos que muere.

Entonces otro repite su inútil trabajo, pero lo busca a él mismo (que nos buscó a nosotros en nuestras huellas, textos, etc., que quisimos conocer al muerto… y así, ya se sabe).

    Al grano: el problema de los muertos es que siguen existiendo.

    Los muertos galopan en el tiempo del psiquismo. Dicen los supersticiosos: vuelven al recuerdo por vía del alma. Dicen los supersticiosos de la neurología: son revividos por las zonas del sistema nervioso central encargada de la memoria.

Podríamos aventurarnos a pensar que los fantasmas no necesitan materializarse para ser (como sucede en las alucinaciones), puesto que se dan en el tiempo psicológico, tiempo cuyo substrato es el cuerpo orgánico y biológico (si adoptamos el enfoque dualista: separaremos las sustancias de la mente y del cerebro; si adoptamos el monista, entenderemos la mente como producto de procesos neuronales).

Los espectros aparecen (en la psiquis). Son trágicos entes atormentados por las huellas de una vida que se perpetuó en algún tiempo del pasado. Y reaparecen, en la estricta medida de las evocaciones de quienes los sobreviven.

    Sin embargo, el vino que hará torrente en el olvido, poco a poco les irá dando su segundo deceso. El polvo, cuando por fin se borrará un rostro, cuando al fin una arruga se disipará, cuando una melodía fantasmal se extraviará en las telarañas de la memoria, borrándose, el polvo adquirirá su real dimensión absoluta.

    Pero muchos muertos no se dejarán chantajear por el polvo.

    No nos resultará extraña la visión del espiritismo y el esoterismo: el médium invoca al espíritu, y éste se inmiscuye en su carne.

Esto es sólo una expresión poética, que entraña un hecho incuestionable.

Muchos muertos siguen vivos.

Mi conclusión, casi inevitable, sería la siguiente: nosotros, a diferencia de muchos muertos, sí somos mortales.    

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