Desde aquel julio del
2011, a partir de esta medida, comenzó a librarse una batalla contra las
emblemáticas publicidades del viejo Rubro
59; asimismo contra los papelitos que decoran los teléfonos públicos con
fotos de tetas o bocas pintadas o mujeres semidesnudas. Incluso ha decrecido la
entrega en mano de estos “volantes”, en misma proporción que ha crecido su
pegatina en paredes o en los ya mencionados teléfonos. Pero las cosas no son
tan sencillas.
En los diarios los
avisos iniciaron un derrotero nuevo. Por ejemplo, en el diario Clarín - que
tanto se ha preocupado por el asunto de la Trata en los programas de María
Laura Santillán - el viejo Rubro 59 pasó
a encubrirse en otros: el 37 y el 47. El primero integra la sección de los
empleos y se refiere a los pedidos para “oficios y ocupaciones varias”. Así, entre
empleadores que solicitan carpinteros, asistentes, carniceros, costureras y
depiladoras, se destacan avisos donde se piden “señoritas” –la letra del color suele
ser rosa– para trabajar en
“privados”, “boliches onda Cocodrilo”, con “turnos de pocas horas”, además de
“clientela VIP”, a veces compuesta por “extranjeros”. El segundo, el 47, se
titula Salud y Belleza. Podemos
imaginarnos lo que allí aparece: “Masajista ofrece…”, “¿No me cuidás, estoy
solita?”. El multimedio que tanto se ha preocupado por la Trata no va a descuidar
el dinero que gana con estas publicidades: en los últimos veinte años, el
diario de Magnetto ganó doscientos millones de pesos con el Rubro 59. Sería interesante escuchar,
acá, defensas republicanas al respecto: después de todo, ¿los proxenetas no tienen el derecho de “expresarse” libremente? ¿O
acaso la libertad de expresión “comercial” no es parte indispensable de la
libertad de expresión, tan reclamada en estos tiempos?
En los volantes de la
calle la estrategia fue similar: los papelitos pasaron del procaz y directo
“Mimosas”, “Te hacemos la fiestita”, “Bucal sin globito” al moderado “Masajes”,
“Relajación”, y otros similares. Pero, como la eficaz acción contra estos
papeles está a la orden del día, la sutileza de las publicidades llegó a un
punto altísimo. Hace poco encontré un aviso muy especial. Se trata del dibujo
de una parejita feliz, con sus rasgos algo infantiles (¿incitación a la pedofilia?).
Dichos tórtolos están sobre una media luna, abrazados, y se rodean de
estrellitas en forma de corazones. Ahora bien, aparte del número telefónico de
rigor, encontramos un mensaje con letras bien legibles: PROHIBIDO PARA MENORES
DE DIECIOCHO AÑOS. Se trata, claro, de publicidad encubierta: se intuye por el
papel barato, la similitud en el diseño y el tipo de letra. Pero sorprende la
distancia abismal entre el contenido del mensaje y la realidad que representa:
la inocencia del dibujito marca un contraste total con la cruda
-suponemos- situación del prostíbulo y
las cosas que allí se hacen. Aunque el ingenio de la publicidad logra no hacer
ninguna “referencia explícita o implícita a la solicitud destinada al comercio
sexual”. Todo se resuelve en el pacto implícito entre el potencial consumidor y
el aviso, en la certeza de que, sin ninguna claridad en el mensaje, sabemos de qué se trata.
Detengámonos en la ironía
secreta de todo este asunto. Los publicistas prostibularios apelan a un recurso
retórico muy conocido por todos: los
eufemismos. Los eufemismos andan por todas partes. Desde hace algunos años,
por caso, ya no hay más hambre sino “inseguridad alimentaria”; asimismo no hubo
confiscación o saqueo de ahorros sino “corralito”. Pero este ejercicio de
cinismo lingüístico se extiende, también, al discurso políticamente correcto o
progresista: ya no tenemos gordos sino “personas con problemas de peso”;
tampoco hay tarados sino “chicos con capacidades especiales”; sabemos que no
hay negros sino “afroamericanos”; etc. (Al respecto, dice el filósofo esloveno Slavovo
Zizek: “¿No es evidente que, al decir que alguien tiene capacidades mentales
diferentes, en lugar de llamarlo retardado,
puede insinuarse una distancia irónica y suscitar un exceso de agresividad
humillante? Por así decirlo, con esa dimensión suplementaria de protección
cortés, añadimos el insulto al daño (sabemos que la agresividad recubierta de
cortesía puede ser mucho más dolorosa que las palabras directamente abusivas,
pues el contraste adicional entre el contenido agresivo y la forma superficial
diplomática subraya la violencia…)”).
En efecto, los
publicistas o proxenetas han entendido la lección del lenguaje progresista
censor y han devuelto el MENSAJE INVERTIDO de dicha prédica: dejemos de hablar
con claridad para ocultar verdades que no se pueden decir. Esto es: suele pasar que, aquello que pretendemos
combatir, nos combate con nuestras mismas armas. (¿Será hora de que cambiemos
nuestros hábitos de pensamiento y acción a la hora de construir un mundo
mejor?)
Todo esto resulta
sintomático, como se percibe en el estilo burocrático y pérfido del inciso del
decreto 936: “solicitud de personas destinadas al comercio sexual”. ¿Y si sólo
dijéramos: prostitutas? ¿Qué tratamos
de esconder temiendo a las palabras?
Como coda, señalemos
que el eufemismo siempre va acompañado del alargamiento tedioso de las frases.
Como indica el “Manual de Retórica”, elaborado por Ángel Romera: “(…) Las
palabras del político abusan del léxico abstracto,
(…) se alargan mediante procedimientos inútiles de derivación: ejercitar (y mejor, é-jercitár) por
ejercer, complementar por completar, señalizar por señalar, metodología por método, problemática por problema…”.