sábado, 24 de septiembre de 2011

CONTRA LA RUTINA

    Hace varios días me hago esta pregunta: ¿cesará, de una vez por todas, la fascinación por la vida privada?

Y nótese que no me refiero a la vida privada de los famosos (solamente), sino al fenómeno, más amplio, de una parte mayoritaria de la población que, gracias a las denominadas "nuevas tecnologías" y redes sociales, pareciera fascinarse por contar o mostrar en fotografías sus aburridos viajes, sus aburridos eventos, sus aburridas existencias.

    Los diarios de Cristóbal Colón podrían tener su interés, por motivos obvios. Pero imaginarme al conquistador publicando en Facebook un álbum llamado "Las indias", con las fotos (mal encuadradas, mal iluminadas) de los indígenas; imaginarme eso ya me aburre. De hecho, si Colón hubiera tenido Facebook no nos deleitaríamos con estas deliciosas descripciones de los nativos: "Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de 30 años. Muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras. Los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos, y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que fallan. Y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos solo la nariz."

    Las redes sociales y la mayoría de los blogs confirman la hipótesis de un realismo biográfico, ajeno a todo interés literario o poético. Que, ¡puta!, eso hace atractiva una vida. Su capacidad de creación. Su inventiva. Cómo se la cuenta. Si Colón no se hubiera esforzado en los retratos y descripciones de sus diarios, si el Che Guevara no se hubiera esmerado en datar sus textos bajo diversas estrategias literarias, y sólo hubiesen publicado fotografías y frases en sus muros, nada de sus dichos tendría sentido.

La mayor parte de nuestros blogueros actuales y los adherentes a Facebook reproducen, de un modo banal, la repetición infinita de la rutina. Y la sensación es de una irremediable melancolía: todos vivimos más o menos igual. Tenemos, más o menos, los mismos gustos, horarios, trabajos. Duplicación monstruosa de lo rutinario, multiplicación letal de su estupidez constitutiva.

Así como el realismo burgués decimonónico o el realismo socialista estalinista, el realismo biográfico digital parte de una cosmovisión sesgada. Así como el realismo burgués suponía que lo real era lo visible, que la forma de capturarlo debía ser dentro de la estructura de una narración lineal e inteligible; así, los adherentes al realismo biográfico digital creen que contando, simplemente, lo que ellos consideran su vida y mostrando, simplemente, lo que ellos consideran las imágenes de su vida, en efecto, estarán representando, con fidelidad, su vida. Y dejan afuera lo más importante: los sueños, los delirios, el sexo, la trama inconsciente, etc. Lo importante es decir todo aquello imposible de ser fotografiado o notado a partir de la filiación a un club de fútbol o grupo de seguidores de una serie de tevé.

Incluso quienes gritan ¡yo!, ya están en la trampa. El yo es un espejismo, amigos. El yo, con el cual se inicia el lenguaje de lo íntimo, es también un Otro, fantasmal, que nos habita. Así las cosas, los narcisistas, los ególatras, los pretendidos malditos, egomaníacos y demás, están condenados al fracaso porque la época les devuelve la falsedad por ellos anhelada.

Podría inferirse, sin embargo, que este análisis llevaría al mutismo absoluto. Si nunca podemos hablar más allá de nosotros mismos, cerremos la boca y listo. No estaría mal, pero ésa no es la respuesta.

En realidad, se trata de defender de la posibilidad artística del lenguaje, de la ruptura, y no la afirmación, con lo cotidiano. De dejar entre paréntesis nuestra vida privada y permitir la emergencia, desde el silencio o lo absoluto, de lo poético.

"Estaba clareando ya cuando me despertó el ruido de unas garras que arañaban la puerta. Alberto a mi lado era todo silencio aprensivo. Yo tenía la mano crispada sobre el revólver gatillado, mientras dos ojos fosforescentes me miraban, recortados en las sombras de los árboles. Como impulsado por un resorte felino se lanzaron hacia delante, mientras el bulto negro del cuerpo se escurría sobre la puerta. Fue algo instintivo, donde rotos los frenos de la inteligencia, el instinto de conservación apretó el gatillo: el trueno golpeó un momento contra las paredes y encontró el agujero para irse rebotando entre los árboles. El austriaco venía gritando con la linterna encendida, llamándonos desesperadamente; pero nuestro silencio tímido sabía su razón de ser y adivinaba ya los gritos estertóreos del casero y los histéricos gemidos de su mujer echada sobre el cadáver de Boby, perro antipático y gruñón."

lunes, 5 de septiembre de 2011

EXISTENCIALISMO Y ESOTERISMO

Según el existencialismo, la existencia precede a la esencia. Así lo dice Sartre: "Comenzamos por existir, y luego nos definimos". O, mejor: "Somos el resultado de nuestros actos".

El hombre, en efecto, sería la totalidad - inabarcable, compleja - de una serie infinita de empresas, pasiones, fantasías, amores, etc. Y estaría - siempre si seguimos en este pensamiento - condenado a construirse, tejerse y deshilacharse, como versa la expresión futbolera, "paso a paso". Digamos, también, minuto a minuto. El hacer vertiginoso se detiene sólo en el muro de la muerte. La Parca, la infranqueable Parca, resulta el límite esencial donde quedará fijado "lo que somos, en la modalidad de lo que fuimos".

De esto, se extrae una consecuencia:

Hasta la muerte vivimos en perpetuas proyecciones, en permanente estado de arrojo, contradicción, acción, contemplación. Nuestra esencia jamás se fija. Mejor: nuestra esencia es nuestra existencia. Dinámica, abierta, nunca cerrada como la piedra y el río. Nuestra esencia se completará sólo cuando nuestra vida acabe. Cuando dejemos de ser. Con lo cual, el pobre de Sócrates se equivocaba al sugerir que nos conociéramos a nosotros mismos. Nuestro ser se nos escapa, perpetuamente. Somos extraños, ajenos, desconocidos. Si queremos la sabiduría, nos queda el limbo de la ignorancia.

    Supongamos, sin embargo, que tenemos un impulso, y pensamos: "El único ser que podremos conocer en su esencia es el de un otro muerto. Ante un muerto tenemos el mosaico de su vida acabada, sin más. Poseemos, ante nosotros, el paisaje de su existencia cerrado." Ingenuos, nos lanzamos en busca del ser de un muerto, vamos tras sus rastros, tras sus huellas, sus textos o cartas o mails.

    Descubrimos que es inútil.

Después, supongamos que morimos.

Entonces otro repite nuestro inútil trabajo, pero nos busca a nosotros mismos (en nuestras huellas, textos o cartas o mails). Supongamos que muere.

Entonces otro repite su inútil trabajo, pero lo busca a él mismo (que nos buscó a nosotros en nuestras huellas, textos, etc., que quisimos conocer al muerto… y así, ya se sabe).

    Al grano: el problema de los muertos es que siguen existiendo.

    Los muertos galopan en el tiempo del psiquismo. Dicen los supersticiosos: vuelven al recuerdo por vía del alma. Dicen los supersticiosos de la neurología: son revividos por las zonas del sistema nervioso central encargada de la memoria.

Podríamos aventurarnos a pensar que los fantasmas no necesitan materializarse para ser (como sucede en las alucinaciones), puesto que se dan en el tiempo psicológico, tiempo cuyo substrato es el cuerpo orgánico y biológico (si adoptamos el enfoque dualista: separaremos las sustancias de la mente y del cerebro; si adoptamos el monista, entenderemos la mente como producto de procesos neuronales).

Los espectros aparecen (en la psiquis). Son trágicos entes atormentados por las huellas de una vida que se perpetuó en algún tiempo del pasado. Y reaparecen, en la estricta medida de las evocaciones de quienes los sobreviven.

    Sin embargo, el vino que hará torrente en el olvido, poco a poco les irá dando su segundo deceso. El polvo, cuando por fin se borrará un rostro, cuando al fin una arruga se disipará, cuando una melodía fantasmal se extraviará en las telarañas de la memoria, borrándose, el polvo adquirirá su real dimensión absoluta.

    Pero muchos muertos no se dejarán chantajear por el polvo.

    No nos resultará extraña la visión del espiritismo y el esoterismo: el médium invoca al espíritu, y éste se inmiscuye en su carne.

Esto es sólo una expresión poética, que entraña un hecho incuestionable.

Muchos muertos siguen vivos.

Mi conclusión, casi inevitable, sería la siguiente: nosotros, a diferencia de muchos muertos, sí somos mortales.