No sé cómo viste, si de pilcha paqueta,
con sombreros o gorras,
insignes trajes u uniformes
con botas y toda la cosa
(bah, eso no importa)
sólo sé que una tarde te cruza
y te bate la justa, te deja el marote
más tranqui, te juna en tus desvaríos
y lleva, para convencerte, unas clavelinas
con ojos tristes
En su bolsillo lleva un cronograma
de la lluvia y la sequía
(sabe estadística de sueños),
un paquete con una caja
donde Pandora está encerrada
(así llama a su empresa de seguros),
un cuadernito con una mapa
(su título: de la verdad y de la mentira).
Te dice:
acá, hermano, están los buenos
acá, hermano, los hijos de puta.
¿Dónde vas a estar vos?
Lo encontrás por las calles, si pateás unas cuadras;
lo encontrás en la tele, si hacés zapping;
su lengua es diáfana y plateada
como la lengua de Adán torpe
donde la manzana era la manzana
y la serpiente sugirió - ¡gracias Barba! -: pecado.
No le grites: ¡Edénico energúmeno en patéticos espectáculos,
prístino patricio de la caca cacofónico mediática!
(Está dentro de ti, amado amigo.
Dentro está de ti, amigo amado.)
Te dice:
acá, culiao, están los buenos
acá, culiao, están los hijos de puta.
Te acerca para dorar tus soñadoras lágrimas
y te hace recordar que el mundo es pañuelo
y los soñadores deben sonarse los mocos ya.