jueves, 24 de noviembre de 2011

RELATIVISMO DEMOCRÁTICO

    La liviandad o liquidez de nuestros tiempos democráticos y tolerantes está al día. Imposible resulta el arte de la disputa intelectual
cuando, con menos argumentos que entusiasmo, nos pretenden hacer entender – solemnemente- que todo es relativo.

    Darían lo mismo la izquierda, la derecha, el contrapunto, el reggaetón, el teorema de Pitágoras, la geometría egipcia, el fundamentalismo islámico, el fútbol, la literatura, el cine porno, Kurosawa, etc. Se trataría todo de una cuestión de gustos: la sutil trama sinfónica de Mahler tendría el mismo valor estético que una comedia musical de Cibrián-Malher, si algún idiota lo pretende; asimismo, un jefe de Estado pragmático, asistido por la urgencia de la coyuntura, diría que es lo mismo el intervencionismo o el librecambio si es para mejorar la vida de "la gente". Como así también, puesto que la tolerancia debe imperar, es menester aplaudir las ablaciones de clítoris, por ejemplo, como prácticas culturales autóctonas. Y, so pena de no ser tachados de antisemitas, no debemos repudiar la espantosa circuncisión o, intolerantes de primera, tampoco podremos decir nada de los patéticos cultos evangélicos o la pésima literatura de Cohelo.

    Tratemos de desmontar el perverso mecanismo de los tiempos del relativismo democrático.

Empecemos por la temeraria afirmación:

    Todo es relativo

    Podemos refutar este enunciado con facilidad. Su estructura lógica es idéntica a la llamada "Paradoja del mentiroso". Supongamos la frase:

    Estoy mintiendo

    Es evidente que: si afirmo que estoy mintiendo, y ello es verdad (es verdad que estoy mintiendo), entonces no estoy mintiendo.

    Estoy mintiendo     No estoy mintiendo

    La paradoja es aplicable al enunciado Todo es relativo. Puesto que, si todo es relativo, entonces hay algo que no es relativo: que todo es relativo.

    Todo es relativo No todo es relativo

    Bueno, pero supongamos que un relativista democrático, tolerante y multiculturalista, nos dice: no, no es que todo sea relativo. Es que no hay verdades. Bien, le contestamos. Y tomamos su enunciado:

    No hay verdades

    Sucede lo mismo. Si no hay verdades, entonces hay una verdad: no hay verdades.

    No hay verdadesHay verdades

    El problema es bien otro. El problema es el siguiente: hay verdades.

En esto, pocos filósofos hay como el francés Alain Badiou, quien, contra la sofística académica y la corrección política imperantes, lleva a cabo un trabajo desde el pensamiento y su militancia bajo el presupuesto contrario. Esto es: hay verdades.

    No nos interesa aquí desarrollar los complejos argumentos de este pensador. Sólo mencionemos que la verdad es un procedimiento genérico, procedimiento portado por un sujeto, sujeto que interviene localmente en un mundo donde el saber ha sido excedido por un acontecimiento. Esto, entre riquísimos matices, nos anuncia lo siguiente:

  1. No ha muerto el sujeto (no ha muerto el hombre).
  2. La verdad no es un enunciado universal. Pertenece a un ámbito local (Badiou señala: la política, el arte, el amor y las ciencias).
  3. La verdad es un agujero del saber (puesto que depende de la intervención de un sujeto en los sitios de un acontecimiento).

Ahora bien, nuestro astuto interlocutor relativista democrático nos interpela: ustedes dicen, en el fondo, que hay una Verdad. Eso se parece –prosigue- a los peores monoteísmos.

Pero no nos engañemos, le podemos contestar. No hay verdades no quiere decir: Hay una Verdad. Pensar en una Verdad es imposible. No existe el Todo. Veamos esto, amigo relativista.

    El Todo debe tener, para ser Todo, la propiedad que su nombre ostenta. El Todo debe pertenecerse a sí mismo. Porque Todo, incluso él, le pertenece. Digamos, se autopertenece. ¿Me sigue?

Entonces le pregunto a usted, mi interlocutor audaz: ¿puede un conjunto pertenecerse a sí mismo? O, mejor: ¿puede un conjunto ser predicado de sí mismo?

Supongamos, primero, que sí. En efecto, un conjunto P que es predicado de sí.

Ahora, si P es predicado de sí, entonces P es subconjunto de P. Tenemos al conjunto P como subconjunto del conjunto P. Imposible. Convendrá conmigo, amigo relativista, en estos ejemplos: el conjunto de manzanas que guardo en la heladera no es, en sí mismo, una manzana. El conjunto de los números naturales no es, en sí mismo, un número natural. No es posible la autopertenencia de un conjunto.

Por lo tanto, no existe La Verdad. No existe el Todo. Y, si La Verdad y el Todo llevan por nombre teológico Dios, podemos decir: No existe Dios.

Y, de yapa, tenemos otra verdad. No existe Dios. Lo contrario de lo que usted me decía. Le respondemos y damos por concluido el asunto.

Resumiendo: no debemos desalentarnos a la hora de defender posiciones. El relativismo de nuestros líquidos tiempos democráticos es falaz. La predicación de una lengua tolerante y banal no debe opacar la valentía de proclamar que hay verdades (y actuar en consecuencia). El peor aspecto de la democracia es pretender que todas las opiniones son válidas. Y, lamentablemente para sus predicadores, esto no es así. Una opinión es una opinión.

Las verdades no tienen nada que ver con las opiniones. Y eso resulta muy alentador.