miércoles, 18 de mayo de 2011


Me acerqué a él. Hacía rato me encontraba con un güisqui entre manos, delectándome en la observación. La escasa luz daba a los cuerpos de la pista un volumen de siluetas o marionetas deslizándose sin fondo. Puro teatro de títeres. La bebida, con paciencia entre mi boca. Los hielos locos en mi lengua y en mis ojos, trémula, la imagen de él. Sobresalía del teatro de títeres. Sobresalía de entre las siluetas y las marionetas. Empecé a acercarme a él.


Me topé con dos mujeres. Ojos enormes, labios líquidos de sensualidad. Me dijeron al oído cosas sobre mi pelo, sorprendidas del largo hasta la cintura. En mi cintura se tocaban hebras, dijeron, de un torrente de vino. En sus ojos entre azules, verdes, negros y sus labios se apretaban las palabras. De sus dedos brotaba, transfigurado, el perfume de mi cuello. Quise decirles que no quería consuelo, que estaba bien saberme una mujer de cabellera negra, de expresión taciturna o tortuosa. Siempre deslizados en mis oídos el costado romántico de mis facciones, mi frente empolvada, el campaneo de mis pulseras. Sobre todo en ese lugar, al que no sé por qué llegué, esa especie de iglesia, de sótano, de pista de baile sin música.


Terminé por apartar a esas mujeres. Ellas, indiferentes, volvieron al teatro de títeres. Y se perdieron en la danza sin fondo.


Yo seguí acercándome a él.


Él: su figura se recortaba de la penumbra. Parecía estallar en contornos, apenas formándose en movimientos, en quiebres. Una luz cenital se acercó. Se acercó con sus haces a alumbrarlo. Lo descubrí rodeado de hombres y mujeres. Era una escultura para ser adorada. Al principio no pude comprender la caída de sus bucles, la expresión angelical de sus ojos. Había rubor en sus mejillas. Un perfecto resplandor en el sexo. Y abría y cerraba sus manos, sin dejar de mirar arriba, hacia el techo repleto de baterías, baterías que también abrían y cerraban luces. Varios hombres adolescentes danzaban, convidándolo con racimos de uva. Y él. Y él los despreciaba con celeridad, con violencia, con torpeza infantil. Puedo jurar que, de ser su voluntad, uno de ellos se hubiera ofrecido en sacrificio.


No sé cuándo la sed se apoderó de mí. Frágil, apuré el último sorbo del güisqui. Comencé a temblar. La soledad de ese ser, la soledad de esa estatua viviente esculpida con aliento sagrado. Esa soledad me abrumó. Sentí desmayarme. Algo sostuvo mis pies sobre la superficie. Gritaron mi nombre. El temblor creció. El vaso vacío calló y explotó. Las esquirlas se esfumaron. Volvieron a gritar mi nombre. Él detuvo sus movimientos y me señaló, mientras sus brazos se abrían y se formaban alfombras humanas ante mis pies.


Tuve que bañarme en sudor. Quitarme la ropa. Dejar ver mi cuerpo pálido, tembloroso. Tuve que sentir aquella soledad de mármol, la dureza de un templo mudo. Me quedaban pocos segundos para convertirme en un cuerpo de piedra, a la vez que en un cuerpo poroso, sensible a las huellas de los besos, los dedos, las uñas. Empecé a copiar sus movimientos, la forma gestual de su desprecio. Una ráfaga de niñez pobló mi rictus y la sordidez de mis piernas. Mi cadera, hundida en la danza.


Los gritos ensordecían y aletargaban. Sonaba mi nombre.


Y me encontré frente a él. Apagaron las pocas luces, para no reconocernos todavía. En instantes veré su alma ardua y sucia, si acaso los últimos velos no nos descubren idénticos, petrificados en nuestro mármol de adoración.


lunes, 9 de mayo de 2011

Incipt tragedia

¿Vas a estar a la altura?

No sea que el aire del desierto te haga camello,
no sea que el fuego del dragón te haga esclavo.

Palabras, palabras: no hay nada por decir,
sino decir, entre decir, entre cantar,
entre jugar y de golpe, paf,
te hiciste niño. Es eso y no más, eh.

No, no hay que volver,
no, no hay que extrañar
sino preguntar

¿estoy a la altura?

y jugar, listo. Nada fácil, che.

Y si no estás solo
y si no te estremecés
y si no sos potencia
el cíclope de fuego
que inunda qué remedia
con veneno de luz
y si no

te queda, no te asustes,
ser camellito leoncito padrecito normalito
come cocholate comedurazno
en plácido lecho
con lechita y café

no importa si te importan el paladar
si te cagan a palos
si te patean tu carga
te confiscan tus pepinos

te queda tu nada
que es más que este juego
jugoso y siniestro
de las palabras
de la debacle
deriva de niñito atroz

revolteante águila en anillos
alrededor de serpientes
y auroras.