jueves, 16 de agosto de 2012

AUTOPSICOGRAFÍA


Canto sobre el paisaje de la noche.
Sombríos álamos de la luna acechan.
Fulgores, capitolios de aire,
círculos y bóvedas,
cruces, espanto.

El canto de una voz
en inmensidad,
yo, dueño de mi sufrimiento,
río en espléndida quietud desesperada,
bailo en cuerdas líquidas de astros
y sé que la alegría
está a la vuelta del abismo,
en curva, a mediodía.

Nada será, repite otra voz,
sin antes ocaso.
Y allá me hundo, donde el crepúsculo arrebata
y allá me hundo, donde el crepúsculo  arrebata.

Canto porque aprendí a cantar
y porque no hay más que mi voz
y la danza de su aire,
la respiración de su destino,
los pulmones del horizonte
que soplan
(qué soplan)
la canción del tiempo,
uno y muchos,
muchos y uno, compases.
La luna.

Sólo cantarás si en tu anillo no anuda la venganza,
repite otra voz, la misma vez, que es siempre  otra.

Y allá me hundo, más allá de la recta y la lira,
y allá me hundo, más acá del círculo y el crepúsculo.

Sé que la alegría
está a la vuelta del abismo,
en curva, a mediodía.

Y acá me hundo, para sacar mi cabeza libre.