miércoles, 29 de diciembre de 2010

JESÚS, MOISÉS, SÓCRATES Y NUESTROS CUENTOS

Mi relación con la Navidad fue siempre conflictiva. Desde que descubrí que Papá Noel no existe, hasta la fecha, no termino de celebrar el asunto como lo manda el Señor. Por ejemplo, mi primera obra de teatro exploraba la idea de un Santa Claus depresivo, maníaco y con la idea de asesinar niños y esterilizar seres humanos.

Esto me sucede, en general, con todos los rituales impuestos, con todas las verdades y dogmas incuestionables. Hay una imperiosa necesidad de que nos cuenten cuentos: desde la infancia, antes de dormir, hasta la adultez, cuando el televisor nos narra las últimas fábulas. Pasados esplendorosos de seres sobrenaturales, fundadores de la patria, míticos personajes. En cada patria, en todo tiempo. Futuros en el más allá, reencarnaciones y cielos con ángeles vírgenes o infiernos ardientes si nos portamos mal.

Pero hay más: nuestra cultura occidental misma está basada en tres cuentitos fundacionales, en tres niveles distintos, a partir de tres personajes diferentes. Con ustedes, los conocidos de siempre: Moisés, Jesús y Sócrates.

Extensas bibliografías hay que polemizan sobre la existencia histórica de estos tres hombres. En este aspecto quisiera centrar el artículo.

Al respecto del Moisés: un asunto oscuro lo representa el propio Éxodo del pueblo judío, encabezado por Moisés. Según se plantea, tuvo lugar durante el reinado del faraón Merneptah, cuarto rey de la XIX Dinastía, hijo de Ramsés II el Grande. Aunque, tal como se pregunta Vicente Vaquero en su artículo ¿Existió Moisés realmente?, verdades y mentiras del Libro del Éxodo, ¿hubo alguna vez un Éxodo? Porque lo cierto es que en todo lo descubierto hasta ahora por los egiptólogos no hay nada que demuestre que tal hecho tuviese lugar. (No voy a entrar en demostraciones de las que me siento incapaz. En el artículo señalado aparecen algunas hipótesis interesantes.)

Respecto de la inexistencia de Jesús, Kautsky en su Orígenes y fundamentos del Cristianismo dedica un capítulo al hijo de Dios. El autor marxista se pregunta cómo fue posible que ningún historiador contemporáneo tomara nota del trascendente hecho de la vida y muerte de Jesús. Recién con las con los evangelios aparece una notación histórica de Jesús (Y el objetivo de la escritura de los evangelios no tenía objetivos históricos, sino doctrinarios). Recordemos que la historia, como disciplina, había comenzado con Heródoto en la época de Pericles. Otro argumento interesante de Kautsky es que Jesús reunía las características de muchos personajes míticos de la época. La capacidad de realizar milagros y resucitar ya la encontramos, por ejemplo, en Empédocles, filósofo griego. Con este y otros ejemplos, Kautsky pretende desentrañar el carácter literario de Cristo.

Con Sócrates pasa algo similar. Hombre del pensamiento, filósofo y, sin embargo, se negó a escribir libros. Esto generó sospechas en varios historiadores: por ejemplo, ¿no será Sócrates un invento con fines pedagógicos de Platón? Y los griegos, para definir su carácter nacional, habrían ayudado a la difusión del mito. (No obstante, las fuentes contemporáneas de la existencia de Sócrates no son sólo las de Platón: la obra teatral cómica Las nubes de Aristófanes retrata con sorna a Sócrates; el historiador y militar Jenofonte, también discípulo de Sócrates, le dedica una apología.)

Con esto no quiero decir que tenga una posición al respecto. Reconstruir el pasado es una tarea de altísima complejidad: historiadores, arqueólogos, científicos en general; todos discuten permanentemente los métodos usados y su eficacia o dificultad. En algo podemos, sí, estar de acuerdo: la memoria se construye desde el presente. A partir de las necesidades del presente. No se encuentra conservado el pasado, hay que reinventarlo o al menos recrearlo.

Igualmente no quisiera derivarme. Supongamos, por un instante, que ni Sócrates ni Moisés ni Jesús existieron. Hagamos un juicio problemático: los tres pilares de la cultura Occidental no existieron. No pisaron la tierra.

Es un juicio problemático, nada más.

Supongamos, entonces. Se trata en verdad de tres hermosos cuentos. De fábulas que nos contaron para hacernos más soportable la existencia en un mundo indiferente, en medio de una tierra que, cada vez que completa su traslación total, nos hace brindar por nuestros deseos. Un cuento más, como la Cenicienta o aquel que nos dice que los Astros influyen en nuestro destino.

Érase una vez un hombre muerto por mis pecados. Érase una vez un hombrecillo, petiso y feo, que murió por sus ideas. Érase una vez un hombre que me dijo que yo era parte del Pueblo Elegido.

En este fin de año, sin embargo, yo quisiera brindar por quienes no creen quieren ni necesitan cuentos para vivir.

Quisiera brindar por quienes, según Kant, alcanzaron su mayoría de edad y piensan por sí mismos (o al menos lo intentan).

Quisiera brindar por quienes no se dejan soñar por sueños filisteos. Por quienes no confunden tiempo y oro.

Por quienes no prefieren las estatuas, ni siquiera la propia.

Por quienes prefieren el dolor de la verdad antes que el placebo de la mentira.

Por quienes, al decir de Borges, buscan por el agrado de buscar, no por el de encontrar.

Brindo por quienes no brindan ni les interesa.

¡Salud!

(Érase una vez un niñito que escribió una carta a Santa Claus. Empezaba así: “Querido señor de las nieves, para esta Navidad quisiera pedirte que me ayudes a despertar”.)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

CONDENAN A VIDELA

Se me caen las lágrimas!
Acaban de condenar a Videla y a Menéndez a perpetua por delitos de lesa humanidad!
Fiesta, júbilo de la democracia y del espíritu!
Hoy, el mundo es un poco menos injusto!

martes, 21 de diciembre de 2010

Quienes aman y quienes no

No conocerán el frío

de la herida ni su hiel

devoradora. Más aquel

beso, sosiego de estío,

donde estallan las auroras,

esfumará en sus deshoras

la noche eterna de la vida,

de la mar frágil, dormida.

No sabrán de los suspiros,

de la batalla del dolor

y la ternura, del color

lívido y gris del papiro

donde escribo. (En silencio,

murmura su roca muda

la sonata de la duda,

la plegaria del silencio:

Che più, che più cercando io vò?,

Che più, che più cercando io vò?)

No sabrán de mí ni de vos,

de las águilas plomizas,

del ocaso en cenizas

cuando tirita un adiós

desconsolado. ¡Ay, mi amor!,

no aman si no es con fulgor

de opaco brillo mundano.

Su límite, lo humano;

su orilla, el viento de avaricia

que se apaga en su inmundicia.

Y si hoy la sombra fiera

del destino disipara

mi cuerpo, si me llevara

a un infierno sin quimera

donde el olvido lo quiera,

Isabel: yo iré, templado.

Seguro de haberte honrado,

beso la tierra en tu nombre.

Un hombre sólo es un hombre

si puede decir: “he amado”.

jueves, 16 de diciembre de 2010

NO OLVIDAR A RIMBAUD

Y una anda por la vida, por la reputa vida, sin recordar que un día un chiquilín poeta, un pibe que no tendría ni veinte años, escribió el color de cada vocal. El origen de cada vocal.
Y así fue como las palabras no volvieron a ser lo que eran.



Vocales

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,

descubriré algún día sus génesis latentes:

A, velludo corsé de moscas relucientes

que alrededor pululan de crueles podredumbres,

golfos umbríos; E, candor de vapores y de tiendas,

glaciar con puntas, rey blanco, escalofrío de umbelas;

I, púrpura, escupitajo, reir de bellos labios,

penitentes de cólera o de borrachera;

U ciclos, vibraciones divinas, mares verdes,

paz de estepa con animales, paz de arruga

impresa por la alquimia en frentes de estudiosos;

O, supremo Clarín de extrañas estridencias,

silencios recorridos por Mundos y por Ángeles:

- ¡O la Omega, el violáceo meteoro de Sus Ojos!



miércoles, 15 de diciembre de 2010

CHOPIN, LA MÚSICA Y POR QUÉ NO SOY LEÍDO

Bueno, parece que el éxito de los blogs es escribir en primera persona. Y yo vine haciendo, en este humilde espacio, lo contrario: mucha literatura, poesía, ficción, bla bla. Antes de que mi pobre éter desaparezca, abriré una nueva sección para sus escasísimos lectores. La llamaré, con genialidad, primera persona. Y ensayaré el estilo que se encuentra en la blogosfera. O sea, opiniones, sentencias breves y escurridizas ideas jabonosas. El fin: conseguir más lectores para no cerrar el blog. Todo ámbito de escritura se nutre de lectores y obra; si no, muere, famélico (fané) y desconsolado.

Hoy, en Primera Persona, hablaré de la música.

Ya de purrete me fue dado el asombro de la música. Solía ser un adolescente autodestructivo (como muchos, ¿no?) y, entre los cambios de época,… No, no puedo. Ya me da vergüenza contar anécdotas estúpidas. Por ejemplo: a qué edad debuté, cuándo vomité alcoholizado y si me drogué mucho. Al grano, fracasó mi primer intento de ser un blogger como Dios manda.

De pibe pensaba que la música tenía un significado secreto. Bah, todo debía tenerlo: el universo también. Toda la cuestión cósmica: las estrellas, los mosquitos, las palabras. Todavía estaba Dios, infinito, con su respuesta (después se las tomó, por lo menos para mí). La cosa es que yo andaba con el asunto de encontrarle significado a las cosas. Y la música me perturbaba.

¿Qué significaba, por ejemplo, Adiós Nonino?

Me imaginaba detrás de sus cadencias, de su fraseo rítmico, de su aire a marcha fúnebre o canción de cuna, a Nonino el hombre. Nonino, un ser gallardo y, a la vez, triste. Como el carácter de la pieza.

Y así toda obra musical que me cruzaba. “Claro de luna” era, claro, un claro de luna, cifrado entre sus motivos, secreto en las armonías. El compositor diseminaba en el lenguaje musical, de modo simbólico, un claro de luna.

Hasta que un día escuché una de las baladas de Chopin (la “Balada en sol menor”), y me sentí perplejo. ¿Qué, acaso detrás de esa obra estaba la tuberculosis?

Chopin me hizo mierda. Ya que titulara “Baladas” a sus baladas me desconcertó. En un principio la balada, como forma de expresión artística, no era ni más ni menos que un poema cantado en el cual debían mezclarse a partes iguales lo lírico con lo épico. Bueno, Chopin no remite a ningún texto. Música absoluta.

Un “la” anuncia el comienzo de la balada. Una redonda en clave de fa (el signo de esa clave parece un viejito con problemas en la cintura, medio doblado). Es un “la” misterioso (la manía mía de abusar del lenguaje; un la no puede ser más que un la). La partitura indica pesante. El dibujo melódico crece. Ahora, lo hace con las dos manos. Cada una toca una nota: do-fa bemol-sol-la bemol-fa bemol; de nuevo mi-si-do-la bemol-mi bemol-si bemol-do hasta llegar a lo último de esa frase: fa-mi bemol-re-re. Este “re” que la partitura exige tocar dos veces es el aliento final.

Dos temas tiene esta balada (los temas son, en su definición básica, ideas melódicas). Uno de ellos, muestra la sencillez de la complejidad. Está hecho de seis notas: do-re-fa sostenido-si bemol-la-sol. Listo.

El segundo tema de la Balada son cinco notas en la mano derecha y una octava en la izquierda. Pero, ojo, nada de paz: si bien este tema comienza con un cantábile, la partitura marca luego crescendo, crescendo y molto crescendo. Agitación, vigor.

En una de las muestras más expresivas y contundentes de lo que podía lograr Chopin con un piano, los temas se van mezclando en vértigo de escalas. Una variedad sonora y armónica crea una textura única, llena de contrastes, de riqueza tímbrica, de creatividad en la repetición y en las variaciones (variaciones de alto virtuosismo) de los dos temas de la balada. Esa forma de imbricarse, de intercalarse en tesituras diversas, en tonalidades diferentes, es una persuasiva muestra de la imaginación musical chopiniana. Un desarrollo lleno de sorpresas, con una belleza en su artesanía y en sus recursos como pocas veces dio la música.

La pieza concluye con una coda y una serie de acordes de gran impacto. Un final de octavas en las dos manos, ascendentes y descendentes. Y te deja sin aliento.

Mi conclusión luego de analizar (con torpeza y limitaciones) esta obra fue: la música no significa nada. Nada exterior a ella. Remite sólo a sí. Es un universo dentro del universo. Una tautología de las más básicas: la música es la música. Uno quiere, desesperado, que las seis notas de uno de los temas de la balada signifiquen algo. Por caso, el alma de Chopin; por caso, el aliento musical del romanticismo. Uno quiere que el “la” del comienzo (esa la que debe ser interpretado pesante) signifique, por ejemplo, el preanuncio del nazismo. Pero no. El “la” no significa otra cosa más que una nota.

Esa es la dignidad de la música, su absoluto autonomía.

Tal vez – pienso - suceda lo mismo con todas las artes (la pintura remite a sí misma, la poesía remite a la poesía, regresiones y regresiones infinitas).

Y, tal vez, suceda lo mismo con el universo: todo más allá de él sea una trampa. Como querer darle al “la” otro significado del que tiene. Los otros mundos, las otras dimensiones, etc., remiten fatalmente a este universo (que es la tonalidad donde se mueve toda fantasía de otros “planos”), universo que opera como cárcel y a la vez como maravilloso monstruo.

El universo es musical en un sentido: todo acontecimiento, remite sólo a él mismo.

Bien, otra vez me condeno a no ser leído.

LA BALADA

http://www.youtube.com/watch?v=ZN7nZyicgxA&playnext=1&list=PLA6008D23CA367621&index=2