lunes, 2 de enero de 2012

REFUTACIÓN DEL VERANO

TESIS

La empresa que me propongo en este artículo es ambiciosa. Dispuesto a ganarme el odio de las masas, me arrojo a lo que algunos amigos militantes definirían como "hacerle el juego a la derecha". Pero no, se equivocan. Esto va mucho más allá de una simple coyuntura histórica. Voy a refutar al verano.

Sí, señores y señoras. Voy a ensayar una refutación al verano. Así de simple (y arduo).

Y esto no será un laborioso denuesto, lo cual resultaría un cómodo ejercicio descriptivo: no voy a fatigar a nadie con poéticas de playa ni con sociología barata de comerciales veraniegos ni, Dios me libre, con revisionismo histórico. Lo que me propongo es una impugnación del verano.

Así, pues, a los ingenuos dilectos que sacaron sus pasajes a la costa, prepararon sus estúpidas cremas o lo que sea, cumplo con la cortesía de ordenarles desistir. Arruinen su vida de otra forma. Porque mi tesis los disuadirá, os aseguro.

El verano no existe.

Y me abocaré, de inmediato, a probarlo, con argumentos que - estoy seguro - desvelarán al presente y al futuro de esta cloaca que los iluministas de bolsillo llaman humanidad.

EL EJEMPLO DE ZENÓN

    Una de las escuelas de pensamiento más insólitas de la filosofía griega fue, sin duda, la eleática. Entre ellos contaban con un prócer, tal vez el inventor de la metafísica: Parménides (540 - 470 a. C). Parménides, en su poema De la naturaleza, afirmó la inexistencia del movimiento. Con argumentos singulares, redujo el cambio y la traslación a meras apariencias de nuestros sentidos. El ser -proclamó- es inmóvil. O, para decirlo en otros términos: el mundo está quieto.

    Quien haya sido su alumno -y tal vez su amante-, Zenón de Elea (490 - 430 a.C.), elaboró una aguda defensa de la tesis parmenídea. Y las elaboró en la forma que le dio la inmortalidad: las aporías (o paradojas).

    Aporía, en griego, significa "camino sin salida". El término puede ser utilizado como sinónimo de paradoja.

    Zenón elaboró una serie de aporías, como dijimos, para defender la tesis de su maestro. Pretendió demostrar la inexistencia del movimiento. Su método resulta muy similar a
lo que ahora llamamos demostración indirecta o reducción al absurdo: demostración indirecta de una tesis mediante la reducción al absurdo de la tesis contraria.

Cuatro son sus aporías, de la cual sólo explicaremos la llamada "Paradoja de la dicotomía", para entender nuestra estrategia dialéctica contra el verano.

Supongamos un móvil que necesita recorrer una distancia. Digamos, ya que amerita el tema, un auto necesita llegar desde Buenos Aires hasta Mar del Plata. La distancia se estipula en 410 km. Ahora bien, para recorrer 410 km, primero debemos recorrer la mitad: o sea, 205 km; pero, para recorrer la mitad de 410 km, necesitamos recorrer la mitad de la mitad, o sea 102,5 km; pero, para recorrer la mitad de la mitad de 410 km, necesitamos recorrer la mitad de la mitad de la mitad, o sea 51, 25 km; y así al infinito.

En efecto: para recorrer una distancia, un móvil ha de pasar antes por la mitad de esta distancia, y antes todavía por la mitad de esta mitad, etc., y así infinitos puntos. Entonces, para atravesar un número infinito de puntos se necesitará un tiempo infinito.

Conclusión: un móvil, para recorrer completamente cualquier distancia, tendría que cubrir un número infinito de puntos, lo cual es imposible en un tiempo finito. Ergo, el movimiento no existe.

    No obstante ello, a no equivocarse: no voy a usar este argumento para proclamar la imposibilidad del turismo. Esto sería así (demuestro lo que no voy a hacer): la condición básica del turismo es -sin dudas- el movimiento de los móviles (autos, aviones, etc.) para trasladar a los turistas a destino. Si no existe el movimiento no habría posibilidad de traslación de los -potenciales- turistas. Y sin -potenciales- turistas, quod erat demonstrandum, no habría turismo.

    Pero no, no caeré tan bajo.

LAS APORÍAS DEL VERANO

    Para confirmar mi tesis - el verano no existe - desarrollaré cuatro aporías (o paradojas):

  1. Aporía del fin de año
  2. Aporía de las vacaciones
  3. Aporía del amor de verano
  4. Aporía de la libertad del verano    

Esta claro que descarto el concepto obvio del verano: no me refiero a su especificidad como estación (no soy climatólogo), sino a su uso antropológico, a ciertos constructos y prácticas que la cultura actual realiza en torno al significante "verano".

APORÍA DEL FIN DE AÑO

    El verano empieza entre brindis, pirotecnia, reuniones indeseables e hipocresías virtuosas.

    La primera sensación, aparejada a la del calor, es la del fin de año. La vuelta completa de la tierra alrededor del sol es interpretada como el término de un ciclo y el comienzo del otro. Eso se sabe y, astronómicamente, es así. Ahora bien, el problema radica creer que, sólo porque un planeta se mueva, ya pasó un año. Veámoslo de cerca.

    ¿Qué quiere decir la expresión "ya pasó un año"?

    Se supone que hemos vivido todas las horas, minutos y segundos de los días de ese año. Para nuestros propósitos, utilizaremos la medida horas.

    Un día tiene 24 horas. Multiplicado por 365 -los días de un año- nos da un total de 8760 horas, que es la cantidad de horas de un año (no bisiesto).

Para que pasen, efectivamente, 8760 horas, primero debe pasar la mitad: es decir, 4380 horas; después, la mitad de la mitad: es decir, 2190; y después la mitad de la mitad de la mitad, etc.; así, otra vez, al infinito.

La expresión "ya pasó un año" implica que hayan pasado infinita cantidad de horas, lo cual es absurdo y contradictorio pues - según vimos - un año tiene 8760, es decir, una cantidad finita.

Lo mismo sucede, si aplicamos el procedimiento aporético, con las veinticuatro horas de un día.

Entonces, no pasa un año y, por lo tanto, no termina ni comienza -jamás- nada.    Lo único que sucede es el orbitar de la tierra.

APORÍA DE LAS VACACIONES

    Punto cenital del verano: las vacaciones.

    Las ansiadas vacaciones, la pretendida libertad de las vacaciones, la alegría de las vacaciones. Bien. Es hora de desengañarnos: no hay motivo para pensar en alegrías o libertades ni, mucho menos, en vacaciones.

    Será muy fácil demostrar esto. Señor lector, haga el siguiente cálculo:

    Sume la cantidad de meses que trabaja. Al total, réstele la cantidad de meses en las cuales vacaciona. Si no vacaciona en la medida meses, réstela al doce las semanas relativas de sus vacaciones.

    Si el resultado no es menor a doce meses, quiere decir esto:

    Usted no tiene vacaciones, pues trabaja todos los meses del año (si es que tal cosa como decir "el año" no es un absurdo).

    O, si prefiere, haga el porcentaje de cuánto trabaja al año y cuánto vacaciona. La cifra de la vacación es tan, tan despreciable, que considerar vacaciones a sus vacaciones es un abuso del lenguaje.

APORÍA DEL AMOR DE VERANO

    Bueno, no sé si debería preguntar aquí si alguien puede decir, en pocas o infinitas palabras, qué es el amor.

    Suponiendo que tal cosa exista, sin dudas no puede ser en el verano. A ver, por "amor de verano" entendemos el concepto vertido por la revista "Mujer", extraído de la página de Terra:

"Son los más recordados. Tan cortos como intensos, los amores veraniegos son parte tan importante de las vacaciones que sin ellos no es lo mismo.

"Son amores inolvidables, y quizá, porque duran tan poco, siempre nos dejan un buen recuerdo. Saben a aventura, a playa, a vida al aire libre. Se sienten tan rico como la brisa del mar y son comentario obligado al regreso de las vacaciones."

Amor de verano significa amor de vacaciones. Un amor que, al no pensar en el futuro, garantiza una "sensación de libertad extrema" (ya veremos cuán falso es hablar de libertad extrema en vacaciones).

Muy lindo, pero -al menos- una premisa de este glorioso razonamiento es falsa. Cuando la periodista explica que "los amores veraniegos son parte tan importante de las vacaciones" no se cuestiona - como lo hicimos, nosotros sí, rigurosamente - sobre la falsedad de pensar que existe algo así como "vacaciones".

Con lo cual tenemos una falacia: la articulista pretende llegar a una conclusión verdadera ("el amor de verano es inolvidable, rico, etc."), partiendo de -al menos- una premisa absolutamente falsa ("el amor de verano es parte de las vacaciones").

Pero todo es más originario: No hay amor de verano porque no hay vacaciones.

APORÍA DE LA LIBERTAD DEL VERANO

    En el fondo, estas aporías no sólo son tributarias de Zenón, sino del mensaje radical del eleatismo. Nuestras sensaciones son ilusorias. Otorgarles estatuto de verdad a nuestras ilusiones veraniegas: eso debemos combatir.

Por ejemplo, cuando nos sentimos libres en nuestras vacaciones somos víctimas del engaño.

No insistamos en eso de "las vacaciones son un abuso del lenguaje". Reflexionemos acerca del significado de la libertad en el verano:

Se trata de una libertad concedida por la ley. Libertad arreglada por convenios de trabajo. Libertad regateada por los jefes. Libertad combinada, a veces, con compañeros igualmente extraviados. Libertad de escasos quince, veinte, veinticinco días.

Una libertad tan libre como la del preso que cumple una condena, pero en su domicilio. O la libertad del preso que puede salir de la cárcel durante el día, pero debe volver a la noche por "voluntad propia".

En las vacaciones ostentamos nuestra condición de excarcelados, bajo la figura de "libertad condicional", que es como decir - más o menos - "suspensión momentánea de nuestra esclavitud".

EL VERANO NO EXISTE

    El verano sería, en efecto, un conjunto cuyos cuatro puntos esenciales son:

  1. Un tiempo de comienzo y de fin; comienza cuando ha terminado un año y, a la vez, empieza el otro;
  2. Un tiempo en el cual disfrutamos unas merecidas vacaciones;
  3. Un tiempo propicio para los llamados "amores de verano";
  4. Un tiempo de libertad.

Refutados cada uno de estos puntos, vemos lo que queda: un conjunto vacío.

Lo mismo se puede enunciar así: el verano no existe.

O, más coloquial: no existís, verano.