lunes, 27 de junio de 2011

POEMA PARA KANT



El filósofo camina en la tarde


gris de Koenigsberg. En las calles


hay un borde de neblina, en los cielos


un reloj -vacío, la luna en fuga-.


El filósofo anciano observa y piensa:


“Si fueran otros los ojos que miran,


si distinto fuese el entendimiento


humano, las calles sin extensiones


se perderían. El reloj de arena


se ablandaría -vil- sin tiempo. ¡Oh, sol


de Copérnico, pálido, que encandila!


No es el sujeto espejo del objeto;


es el objeto, espejo del sujeto.”


El hombre gris se detiene, asombrado.


No da crédito a su pensamiento


por temor a verse -“alma mía en agua”-


en el agua de los ríos (en ríos


donde Heráclito vio nuestra fuga).


Su alma, como la ceniza, se pierde


en vastas vanas especulaciones


de la razón pura triste e impotente.


Y Dios y la libertad, insondables,


se van para volver en el crepúsculo


de la ley moral sublime y bella.


El filósofo camina en la noche


trascendental del saber. Imanuel Kant


ya se ha ido. Un poeta, lejos, lo nombra.



viernes, 3 de junio de 2011

DE LA GENIALIDAD



Si partimos de la base que la vida humana es un misterio, un gran delirio insondable en la negrura del cosmos, escasas buenas noticias nos pueden esperar como especie. En verdad, el ejercicio obstinado de la lucidez (el juego entre la luz y Lucifer) nos acostumbra a recordar, con bastante frecuencia, el Halo de la única divinidad real en nuestra civilización: el Caos. Don Caos, en su panteón, nos gobierna. Y dispone de nuestro destino con la gracia de un demonio maligno. Maligno y estúpido. Un demonio que se muerde su propia cola, molesta a las nubes con sus torpes cuernos y nos arroja al lodo existencial, sin ton ni son. Arreglátelas, viejo.
Pero dije "escasas buenas noticias". Porque hay buenas noticias, don Caos. Y una es esta: existe el genio. Existen los genios. O mejor: existe la genialidad, también hija de la luz y de Lucifer. La genialidad, que de repente estalla ante nuestros ojos.
Vayamos de lo banal de
un pibe de veintitrés años, por ejemplo, con una pelota entre los pies, deja a cinco defensores por el piso, desparramados, sale el arquero, presuroso, le hace un achique y el pibe, nadie sabe cuándo, en qué momento, realizó un juego de piernas y deja atrás también la resistencia del arquero y empuja la pelota hacia la red; todo con una velocidad de segundos, un vértigo milimétrico de instantes…
a lo profundo de
un pintor que logra, un día, después de años de trabajo, dar forma a un cuadro, en apariencia feo, sin perspectiva, con personajes caricaturizados, presentados de perfil y de frente a la vez, con escasa atención a la luz y al color, como si eso fuera secundario, como si meterse en eso distrajera a este pintor de la construcción de una racionalidad pictórica demasiado rigurosa, como si ese rigor fuera tan riguroso que quisiera recuperar en el espectador precisamente una mirada prerracional, primitiva, salvaje; ese pintor logra, al fin, revolucionar la historia del arte.
Nosotros, los mediocres, debemos rendirnos ante la evidencia: existe la genialidad. Quizá, sí, tengamos que descartar esoterismos de cuarta, determinismos y fatalidades genéticas al respecto y decir: el genio es una potencia explosiva, potencia de energía en constante actividad, que rebalsa con su fulgor nuestras afecciones y percepciones ordinarias (Deleuze-Guattari). La forma más poética o estúpida sería hablar de los dones. Fulanito, por ejemplo, tiene don para el canto. Pero - ya sea la teología cristiana con su fábula del pan y el sudor en la frente o el evolucionismo con su parábola del homínido bípedo- sabemos que nuestra especie no tiene ningún don. Todo ha sido conquistado. Y me gusta pensar que el genio y la genialidad también pueden ser conquistados. Me gusta pensar (o fantasear) que, si compongo setenta fugas, un día seré Bach; si me sumerjo en la historia del pensamiento como un poseso, un día seré Nietzsche; si me paso día y noche con una pelotita, un día seré Messi.
Tal vez sólo sea un consuelo para mi carácter fatalmente mediocre. Pero prefiero pensar así, a no intentar jamás alcanzar ninguna cumbre, a renunciar a saber si tengo alas o más bien antenas. Si existe la genialidad, como el sol fuera de la caverna, ¿qué pierdo (qué perdemos) en buscarla? Tal vez en su camino me encuentre con hogares bien agradables y me quede en ellos: la excelencia, la virtud (en sentido heroico); o tal vez me tope con temibles monstruos en el camino: la locura, la desesperación, la nada.
Luz, Lucifer y Don Caos: no es casualidad. El genio los conoce muy bien. Y la genialidad se desliza entre los pliegues de esos nombres, refundando en órdenes resplandecientes la negrura negra del cosmos.