Se hace la hora del silencio
y la guitarra, mustia, lo sabe.
Una montaña de puchos,
una maraña de sombras
por cada cesura de risa
(la mar lejana era mi nombre cuando
no sabía,
la mar lejana era mi voz
en agonía).
Un arpegio.
Se hace silencio.
Ojos boca y suspiros sobre el vidrio
(esmerilado).
Las caras se dibujan en torno,
la bruma agiganta al compás.
Guitarra que nos conoce nos conoce cuando solloza
cuando solloza milongas cuando solloza milongas cuando solloza milongas
de un sueño.
Sueño, triste
(el mar te secaba cuando ignorabas mi nombre,
la mar te ignoraba cuando secabas mi nombre).
Todos lo sabemos: no hay más rasgueos.
Al alba secarán desiertos
(montañas de sombras…).
Marañas de sombras se acostarán en nuestras casas,
en nuestras casas luminosas
(no habrá tempestades, claro…)
en nuestras casas el día recién comenzará,
(recién empezó…)
cuando duerma
(cuando duerme, lo sé),
mustia,
la guitarra.
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