sábado, 17 de octubre de 2009

EL PROVISOR
(Relato mítico)

Habían transcurrido varias décadas y el cielo ya oscurecía. Era el final de un viaje. Regiones montañosas, pavorosos aires mitológicos, tormentas, aventuras y búsquedas por entre los hombres y caminos.
Llegaba al final de mi viaje. Atrás latitudes y paisajes, territorios inhóspitos e infinitos temores.
Allí estaba, frente a lo inabarcable de las arenas. Cerca se hallaba el mar, poblado de seres que abatían el destino de los náufragos. Y lejos, en mi recuerdo, la voz de unos longevos: “en el sitio fértil y montañoso de frondosas fragancias, cercado por las turbulentas aguas cuna de sirenas y monstruos, se hallan los confines del mundo”, me advirtieron, serenos, “caminante, proteger la belleza de tu alma será el secreto. Y tu deber el saber que en las ruinas del universo no existe salida: las fuerzas te matarán y tu cadáver ha de ser devorado por los animales”.
Los márgenes se ocultaban a mi mirada.
Me detuve ante la salida del sol sobre el horizonte. Sol en ínfima bruma, entre las montañas y neblina.
Había ingresado en un páramo, límite del mundo y del vacío.
Y allí por fin lo encontré.
Su cuerpo prominente, recostado. Su cuerpo guerrero. Su mirada dilatada. Sus brazos a lo ancho y a lo largo de su pereza. Su boca, crispada; sus ojos claros.
Me vio llegar y continuó en su posición, sin acobardarse. Se irguió poco a poco.
“Te esperaba, viajero de las sombras”, dijo acomodándose su enmarañado y sucio pelo.
“Soy el último sabio con quien te encontrarás. Después de mí, ya lo ves, se acaba el camino y sobrevendrá la muerte.”
Su juventud radiante, sus gestos a pura luz, su voz cantarina lo encendían en el mismo cielo al pronunciarse:
“Soy Prometeo, viajero, soy Prometeo, maestro de la humanidad, quien cuyo castigo e injurias soportó valerosamente aquí, al amparo de esta belleza. Y el águila royéndole las entrañas, viajero... La ley del riguroso Zeus es el eco de una trama eterna de destino y castigos.”
“Yo, gestor de la humanidad”, dijo Prometeo, “mártir de la pobre criatura llamada hombre, yo, titán inmortal, Dios audaz que con sigilo robó el fuego y engañó al supremo; yo, viajero, yo hube de pagar uno de los más terribles castigos. ¿Y para qué, dime, viajero, para qué? Los hombres todavía no han aprendido a usar el fuego que les proporcioné; todavía no saben utilizar los secretos de las ciencias, el arte y la agricultura por mí develados. Aún andan ellos - como tú - entre escarpadas rutas, a la búsqueda de los misterios o destruyéndose por una sabiduría imposible. ¡Ruina, ruina, viajero!”
Su expresión, aunque furiosa, era también melancólica.
“Tu castigo”, le dije, “tu castigo, Prometeo, es la voz perpetua del hombre,tu voz desafía el poder de las leyes...”
Su voz se aflautó. Y carraspeó entre risas.
“¿Y sabes qué es lo más doloroso, forastero? La indiferencia de esos Dioses, eco de mi condena, dioses que no osaron desafiar el poder del Padre, el Zeus arbitrario...”
La noche se agolpaba tras el mar.
El resplandor dorado de la arena se apagaba.
“Sabes, Prometeo, el silencio y la soledad son la condición de quienes apuestan por el hombre. Todos los que respiran el poder estarán dispuestos a condenarnos a la indiferencia, al doliente arrojo de incomprensión y bestialidad, a la tortura...”
“¡Dulce viajante! Auguras el destino nefasto de tus elecciones. Pero, veme aquí, absorto en lo vacuo de la eternidad, por siempre liberado y sin embargo por siempre encarcelado.”
“¡Oh, desgracia!"
"¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes son, con su mundillo, sus rituales, sus amores y ambiciones? ¿Quiénes son aquellos por los cuales debemos entregar nuestra vida y si no lo hacemos, seremos castigados, mutilados? ¿Quiénes son los Zeus que nos atan a las rocas y mandan buitres a roernos las entrañas? ¿A quienes les regalamos el fuego? ¿Qué son los hombres, viajero? ¿Quiénes son?”
Detrás no había más montañas. El mar se había disipado.
Prometeo quedó en silencio y esperó lo inevitable. El águila comenzó a rondar sobre nuestras cabezas. Tal vez la tortura sólo radicaba en el sonido de su vuelo, en su canto de ceniza y agua herida.
“¡Feroz destino el nuestro!... ahora no sabemos a quién devorará esa maldita ave. Destino trágico, viajero, te llama a morir en la miseria. Mira, mira…, ahí se abalanza sobre nosotros, ave de rapiña, y todo comenzará de nuevo. ¡De nuevo!”
Las fuerzas de las palabras y de las ideas como dagas en el corazón del poder y los poderosos.

2 comentarios:

  1. Brillante señor, brillante. Le confieso que envidió el talento que usted tiene. Seré indiscreto, ¿cual es su profesión?, ¿o que estudia?... Yo soy Contador, y quiero empezar con algunos cursos relacionados con la literatura (Dramaturgía me habían recomendado), usted que deci, que me recomendaría (sin compromisos eh)...

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  2. Una cosa más, esta vez refierida al texto: "no hay peor carcel que la del exilio y/o el destierro"

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