No conocerán el frío
de la herida ni su hiel
devoradora. Más aquel
beso, sosiego de estío,
donde estallan las auroras,
esfumará en sus deshoras
la noche eterna de la vida,
de la mar frágil, dormida.
No sabrán de los suspiros,
de la batalla del dolor
y la ternura, del color
lívido y gris del papiro
donde escribo. (En silencio,
murmura su roca muda
la sonata de la duda,
la plegaria del silencio:
Che più, che più cercando io vò?,
Che più, che più cercando io vò?)
No sabrán de mí ni de vos,
de las águilas plomizas,
del ocaso en cenizas
cuando tirita un adiós
desconsolado. ¡Ay, mi amor!,
no aman si no es con fulgor
de opaco brillo mundano.
Su límite, lo humano;
su orilla, el viento de avaricia
que se apaga en su inmundicia.
Y si hoy la sombra fiera
del destino disipara
mi cuerpo, si me llevara
a un infierno sin quimera
donde el olvido lo quiera,
Isabel: yo iré, templado.
Seguro de haberte honrado,
beso la tierra en tu nombre.
Un hombre sólo es un hombre
si puede decir: “he amado”.
Pucha que este hombre sabe lo que es el amor. Muy bonito.
ResponderEliminarPubliqué aquel borrador que te pasé hace tanto. Fijate qué te parece, también sabés de eso.
Abrazo grande,
El lagarto Fleita