Mi relación con la Navidad fue siempre conflictiva. Desde que descubrí que Papá Noel no existe, hasta la fecha, no termino de celebrar el asunto como lo manda el Señor. Por ejemplo, mi primera obra de teatro exploraba la idea de un Santa Claus depresivo, maníaco y con la idea de asesinar niños y esterilizar seres humanos.
Esto me sucede, en general, con todos los rituales impuestos, con todas las verdades y dogmas incuestionables. Hay una imperiosa necesidad de que nos cuenten cuentos: desde la infancia, antes de dormir, hasta la adultez, cuando el televisor nos narra las últimas fábulas. Pasados esplendorosos de seres sobrenaturales, fundadores de la patria, míticos personajes. En cada patria, en todo tiempo. Futuros en el más allá, reencarnaciones y cielos con ángeles vírgenes o infiernos ardientes si nos portamos mal.
Pero hay más: nuestra cultura occidental misma está basada en tres cuentitos fundacionales, en tres niveles distintos, a partir de tres personajes diferentes. Con ustedes, los conocidos de siempre: Moisés, Jesús y Sócrates.
Extensas bibliografías hay que polemizan sobre la existencia histórica de estos tres hombres. En este aspecto quisiera centrar el artículo.
Al respecto del Moisés: un asunto oscuro lo representa el propio Éxodo del pueblo judío, encabezado por Moisés. Según se plantea, tuvo lugar durante el reinado del faraón Merneptah, cuarto rey de la XIX Dinastía, hijo de Ramsés II el Grande. Aunque, tal como se pregunta Vicente Vaquero en su artículo ¿Existió Moisés realmente?, verdades y mentiras del Libro del Éxodo, ¿hubo alguna vez un Éxodo? Porque lo cierto es que en todo lo descubierto hasta ahora por los egiptólogos no hay nada que demuestre que tal hecho tuviese lugar. (No voy a entrar en demostraciones de las que me siento incapaz. En el artículo señalado aparecen algunas hipótesis interesantes.)
Respecto de la inexistencia de Jesús, Kautsky en su Orígenes y fundamentos del Cristianismo dedica un capítulo al hijo de Dios. El autor marxista se pregunta cómo fue posible que ningún historiador contemporáneo tomara nota del trascendente hecho de la vida y muerte de Jesús. Recién con las con los evangelios aparece una notación histórica de Jesús (Y el objetivo de la escritura de los evangelios no tenía objetivos históricos, sino doctrinarios). Recordemos que la historia, como disciplina, había comenzado con Heródoto en la época de Pericles. Otro argumento interesante de Kautsky es que Jesús reunía las características de muchos personajes míticos de la época. La capacidad de realizar milagros y resucitar ya la encontramos, por ejemplo, en Empédocles, filósofo griego. Con este y otros ejemplos, Kautsky pretende desentrañar el carácter literario de Cristo.
Con Sócrates pasa algo similar. Hombre del pensamiento, filósofo y, sin embargo, se negó a escribir libros. Esto generó sospechas en varios historiadores: por ejemplo, ¿no será Sócrates un invento con fines pedagógicos de Platón? Y los griegos, para definir su carácter nacional, habrían ayudado a la difusión del mito. (No obstante, las fuentes contemporáneas de la existencia de Sócrates no son sólo las de Platón: la obra teatral cómica Las nubes de Aristófanes retrata con sorna a Sócrates; el historiador y militar Jenofonte, también discípulo de Sócrates, le dedica una apología.)
Con esto no quiero decir que tenga una posición al respecto. Reconstruir el pasado es una tarea de altísima complejidad: historiadores, arqueólogos, científicos en general; todos discuten permanentemente los métodos usados y su eficacia o dificultad. En algo podemos, sí, estar de acuerdo: la memoria se construye desde el presente. A partir de las necesidades del presente. No se encuentra conservado el pasado, hay que reinventarlo o al menos recrearlo.
Igualmente no quisiera derivarme. Supongamos, por un instante, que ni Sócrates ni Moisés ni Jesús existieron. Hagamos un juicio problemático: los tres pilares de la cultura Occidental no existieron. No pisaron la tierra.
Es un juicio problemático, nada más.
Supongamos, entonces. Se trata en verdad de tres hermosos cuentos. De fábulas que nos contaron para hacernos más soportable la existencia en un mundo indiferente, en medio de una tierra que, cada vez que completa su traslación total, nos hace brindar por nuestros deseos. Un cuento más, como la Cenicienta o aquel que nos dice que los Astros influyen en nuestro destino.
Érase una vez un hombre muerto por mis pecados. Érase una vez un hombrecillo, petiso y feo, que murió por sus ideas. Érase una vez un hombre que me dijo que yo era parte del Pueblo Elegido.
En este fin de año, sin embargo, yo quisiera brindar por quienes no creen quieren ni necesitan cuentos para vivir.
Quisiera brindar por quienes, según Kant, alcanzaron su mayoría de edad y piensan por sí mismos (o al menos lo intentan).
Quisiera brindar por quienes no se dejan soñar por sueños filisteos. Por quienes no confunden tiempo y oro.
Por quienes no prefieren las estatuas, ni siquiera la propia.
Por quienes prefieren el dolor de la verdad antes que el placebo de la mentira.
Por quienes, al decir de Borges, buscan por el agrado de buscar, no por el de encontrar.
Brindo por quienes no brindan ni les interesa.
¡Salud!
(Érase una vez un niñito que escribió una carta a Santa Claus. Empezaba así: “Querido señor de las nieves, para esta Navidad quisiera pedirte que me ayudes a despertar”.)
Tal vez despertar duele demasiado y es mejor descansar creyendo en los los cuentos que acunaban nuestras noches!
ResponderEliminarTambién sostengo que Sócrates al sentirse un "ELEGIDO "prefirió dejar la tarea a otros por considerar que la escritura quitaba tiempo a su producción de pensamiento.