Pequeña
bestia, pequeña mía,
¿quién sabrá
sacrificar sus pupilas
y mirar
desde tus pómulos?
¿Quién se
animará a horadar
el vértigo
de tus cartílagos?
Vuela
sangre a mar,
marea cielo
en vómito
por dos
puertas, dos laberintos
Despierta,
criatura, que ya despertaste
a los
retoños y a los Silbidos,
a la
rodilla del día y su sueño.
Mis
huesos, podridos por el canto,
te
esperan con una flauta. Un labio.
¡Recién
nacido, recién nacido!
y
escombros y víboras y yemas henchidas
y corderos
en el umbral del laberinto
Si quiero
renacer sin tus tumbas,
¿hago
bien en celebrarte con otras hojas,
otras
hierbas, otras lágrimas de Gigantes?
¿O la
sombra férvida de tu Padre
me confunde
al susurrarme que muere
y no
vuelve?
Y en su
voz vuelve, sí, la otra vértebra
de los
muertos, de los suplicios, de las olas
que no podemos dejar de silbar
Leche del
alba, aurora invisible,
escapa de
su prisión perfecta
y se
promete la bella atroz sangre
del mar
infinito o del borde sin rastro.
¡Recién! ¡Recién!
Pequeña
bestia, pequeña mía,
¿sabremos
sacrificar más pupilas
y mirar
desde tus pómulos?
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