ENTRADA: CRIMINOLOGÍA MEDIÁTICA
No exagero: es la primera vez que me siento a escribir sobre un tema de repercusión masiva. Desde mi tierna y cruel adolescencia decidí desinteresarme de los temas interesantes, mantenerme apartado de las charlas sobre las cuestiones de lo que podríamos llamar, sin temor a la hipérbole, la res mediática. Parodiando su jerga, digamos, opté por desarrollar mi propia agenda y, hasta ahora, la cumplí con rigor. Este blog podría ser una prueba de ello.
Pero, en estas semanas, al azar se le ocurrió empapar los medios de historias y tramas muy afines a las temáticas y reflexiones de mi pensamiento. En fin, que dos paralelas, por fin, se toquen: hablaré del caso Marcelo Tomaselli.
Para violar -sin ironías, che- los procedimientos de una buena redacción periodística, evitaré todas las referencias y cronologías de los hechos (remito al lector a cualquier noticiero). Me centraré en la brutalidad de un crimen cuyo desenlace parece sólo entenderse como la conclusión de un epílogo salvaje de venganza, mezcla de trama familiar y locura pasional, ópera italiana o comedia musical bizarra.
En principio, sorprende descubrir un giro en la llamada criminología mediática (dixit Zaffaroni): tras años y años de bombardeo al respecto de casos de "inseguridad" (viejitos masacrados, burgueses asaltados en la puerta de un banco, niñitos violados, etc.), que provocaban en los interlocutores la sensación de habitar una jungla llena de drogadictos en beligerancia, de asesinos crueles, violadores desaforados, limpiavidrios perversos, nenes de diez años en los limbos del paco, etc.; luego de este escenario, se operó un giro siniestro - y como dijimos sorprendente - en esta narratología criminológica. Ahora se trata de homicidios en el seno de familias. Escuchamos relatos sobre seres que, tras lavarse los dientes para ir a trabajar, violan y asesinan a un hermano, cosen a puñaladas a su mujer o se embarran el pecho de sangre en una orgía de muerte y vejaciones, entre el cadáver de su cónyuge y sus amigas.
Con la hipótesis de la inseguridad, teníamos cubierta la razón suficiente y el consiguiente diagnóstico para dicho género delictivo: endurecimiento de las penas, superpoblación policial en calles (tesis de la derecha); mayor intervención del Estado para sanear lo que es producto del hambre y la desigualdad (tesis del progresismo).
Sin embargo, frente a casos como los de Marcelo Tomaselli (o del benemérito Barreda) estas ideas se desvanecen. A ver: Tomaselli violó a su novia, lo encarcelaron y lo liberaron. Después, convenció a su novia para casarse. Se casó. Y después la liquidó. Con las manos ensangrentadas, emergió tras el crimen cantando una canción (improvisada por él) y sentó a su hijo en el regazo, pidiendo a su madre un beso antes de irse. El detalle de la canción pincela una escena con un siniestro toque bizarro, que recuerda a la comedia musical Sweeney Todd.
El caso Tomaselli ilustra con maestría la modulación operada por la criminología mediática. Los relatos sobre inseguridad, enmarcados por la astucia de los montajes, inducían con facilidad que estos problemas se resolvían con mano dura. El propio lenguaje de su presentación enunciaba el mensaje.
Con estos nuevos crímenes, el sabor parece bien distinto: el ser humano mata por gratuidad, por celos, venganza o –estoy seguro- por tedio. Ya no podés morir asaltado en la esquina de tu casa, sino en manos de tu propio cuñado (lo cual parece mucho más realista que la paranoia con los chorros).
PLATO PRINCIPAL: VENGANZA
Pocas cosas hay más persistentes en el alma humana que la venganza. Como bien lo saben los fanáticos de Pablo Echarri, El Conde de Montecristo nos da un ejemplo de que la venganza puede ser el motor principal en la vida de un hombre. También los admiradores de Mick Amigorena sabrán que esta diosa insaciable está en el corazón de Hamlet. Los cinéfilos no olvidarán El Padrino y los cultos a Rigoletto (la lista puede seguir). Pero, para quienes no miran telenovelas ni leen libros ni van al cine o a la ópera, todavía les queda una ventana para descubrir el poder de la venganza: miren hacia dentro, un poquito no más, y la descubrirán al acecho.
Tomaselli, un Edmond Dantés argento, planificó su venganza y la ejecutó con maestría. Se disfrazó, como el Dantés de Dumas, en reiteradas ocasiones: frente a los jueces, con la ropa del arrepentido para ser liberado; frente a su víctima, con la vestimenta del hombre equivocado dispuesto a convertirse en esposo leal. Y suponemos, también, que se disfrazó de hijo dulce frente a su madre. Pero detrás estaba la diosa de los platos fríos.
No hay caso. Por más que se predique contra la venganza, lo cierto es que parece mover los hilos más sutiles del corazón humano. Uno de sus más insospechados críticos, Nietzsche, escribía:
"El espíritu de la venganza: amigos míos, esto fue hasta ahora la mejor reflexión del hombre; y donde había sufrimiento, allí debía haber siempre castigo".
El hombre ha vivido y reflexionado en torno a la venganza. El sostén de sus actos ha sido la venganza. Y allí donde sufrió, impuso castigo. La venganza se apresa a lo que quiere vengar, se detiene allí para hacer sufrir. Dice Nietzsche:
"Venganza contra el tiempo y su fue.
"La justicia misma consiste en aquella ley del tiempo según la cual tiene éste que devorar a sus propios hijos: así predicó la demencia."
La venganza y su parentesco doble: con Dantés y su capacidad de travestirse (en justicia); con Cronos y su canibalismo filial. Esta es la perspectiva de Nietzsche, uno de los más inesperados críticos del espíritu de venganza.
A tal punto Nietzsche es radical en esto, que Heidegger detecta por esta línea el verdadero puente hacia el superhombre. Cito al filósofo nazi:
"El pensar de Nietzsche piensa en vistas a la liberación del espíritu de la venganza. Su pensar quisiera servir a un espíritu que, como liberación de toda ansia de venganza, precede a todo mero hermanamiento, pero también a todo únicamente-querer-castigar, a un espíritu que es anterior a cualquier esfuerzo por la paz y a toda actividad bélica, fuera de los límites de un espíritu que quiera asegurar y fundamentar la paz por medio de pactos."
Y, más adelante, cita una frase de Así habló Zarathustra, perteneciente al discurso La gran nostaliga, para confirmar su tesis:
"Que el hombre sea librado de la venganza: esto para mi es el puente a la más alta esperanza, y un arco iris después de las largas tempestades del tiempo".
Un último ejemplo. En una de sus últimas novelas, A quien corresponda, Martín Caparrós idea un personaje ex militante de los setenta, Carlos, desencantado y rabioso y enfermo, en perpetua y catártica verborrea por el fracaso de su generación (también atraviesa un amor con una mujer mucho más joven que él, en diálogos que ofician de antítesis perfecta para contrastar dos generaciones antagónicas, la de los setenta y la actual). Sus ex compañeros y amigos viven sus vidas burguesas, incluyendo al infaltable miembro del gobierno que lo quiere convencer a él de la mejoría de las cosas, de lo necesario de los juicios a los represores, etc. Este personaje constituye un elemento central de la narración: en muchos de sus diálogos le explica a Carlos de lo importante de buscar justicia, de que, en estos tiempos, es posible otro camino, el de la democracia, etc.
Carlos dice que necesitó olvidar. Y que ese olvido, el único lazo posible que construyó con la desaparición de Estela y de su hijo, porque ella le había revelado poco tiempo antes su embarazo, fue la idea de la venganza. Pensaba, pensó, que lo único que haría al respecto sería, alguna vez, en algún momento, vengarse de sus asesinos.
Y otra vez el motor de la narración y de la vida de un personaje: la venganza. No necesito adelantar más detalles, sólo arruinar el final para quienes no leyeron esta novela. Carlos no da con un asesino directo, pero sí descubre el dato de una persona siniestra que, casi con seguridad, estuvo bendiciendo –ya nos imaginamos cómo viene la cosa- a los torturadores del centro clandestino donde torturaron a Estela, su mujer.
Como Tomaselli, como Hamlet, Carlos ejecuta la venganza con un cuchillo (puñal) y el cura es asesinado de manera despiadada.
Ninguna reseña de esta novela hizo notar la siguiente dimensión: ¿y si la justicia no alcanzara para remediar la tragedia? En Caparrós no parece haber la identidad entre justicia y venganza que se desprende de Nietzsche, sino el exceso del trauma y la historia en el cuerpo, las pústulas de un tajo que no se remedia con la acción de las instituciones. La justicia, en esta perspectiva, sería el arma del Estado para reasegurarse la pulsión de la venganza de los ciudadanos y compensar, simbólicamente, a quienes fueron víctimas de sus propios crímenes en el pasado.
Incluso hay una dimensión más trágica en el Zarathustra de Nietzsche a este respecto: Si, donde hubo sufrimiento, hay castigo, entonces el castigo y el sufrimiento son una cadena que anuda la venganza. Lo que nos lleva a pensar a la humanidad tejida por las cadenas de dicho espíritu. A la vez, si el eterno retorno predica el devenir, lo que deja de ser perpetuamente; la venganza, en cambio, fija el devenir en la eternidad de los castigos. La venganza está detrás de esta cadena que impide, en la voz de Zarathustra, la esperanza.
Pero, para muchos, la esperanza es vengarse. Construir su vida en torno a ella y así, hacer de ese acto el crimen redentor. Hay quienes no piden perdón (Raskólnikov y Dantés se arrepintieron). Y, más allá de las especulaciones morales o metafísicas, ahí los tuvimos a Tomaselli, a oscuras, en la conclusión de su plan, para seguir encadenando a la humanidad - podría decirle Nietzsche - en la humanidad.